martes, 24 de abril de 2012

Ensueño y letargo.

Voy visitante hacia el sueño desenfocado. Avanzo como sin defensa a beber su verdad supuesta.
No encuentro límites, sólo existen cristales de aire vacío y confuso de luz, y es entonces cuando mi estado requiere un decorado ilusorio que habitar recíprocamente entre alma y ensueño compitiendo en el momento vivo, previo a su propia desaparición.
¿Es el sueño quien nos rodea o es nuestro aletargamiento el que alimenta la conciencia perpetuada del destino humano?
¿Es este ensoñar el documento que ha de relatar la teoría individual tapada a la fuerza?
¿Es espectro o criatura quien nos gobierna el estímulo de la presencia insustancial que nos acontece previo al sueño?
...

En el sueño nos comportamos como somos, somos un verdadero presente sin máscara al cual nos disponemos a presenciar y discurrir sin la mirada de otros, sin pantallas, sin mirillas de puertas que codicien a sus víctimas.
Aún muy atrapados en el sueño somos extraordinariamente libres, pues convivimos con nuestro estado mismo. Un espacio en el que cabe el todo deformado y todo lo reconocido. Es abismo del terror y paraíso al mismo tiempo.
El ardiente deseo de poder convertirnos en sustancia de sueño breve calma la inmensa pena que da paso al secreto revelado en el transcurso de la oportunidad invisible.
Se siente el sueño en el alcanzar de acontecimientos im-posibles. En el sueño no nos consideramos humanos, sólo estado de conciencia expandida.
 Somos la lucidez del deseo ante la palabra, 
la sangre aislada ante los significados,
lo saciado frente al antojo insatisfecho,
somos la reliquia de ser ante lo mortal,
y el egoísmo vivo ante el todo ordinario.
Y ahora, siempre y perpetuamente, todos buscamos cobijo en la tentación del encuentro aspirado al abrir la mente al ensueño.
Huimos del estado de sangre para encontrar el último refugio, el extravío, la evasión final desterrada del cuerpo.




Aurora López Castaño


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