Aurora López Castaño
lunes, 9 de enero de 2012
LA ARENA VESTIDA.
De árida soledad se siembra el lamento, en el sentir de las cenizas desveladas, en la rotura de la luz de agosto, en los intervalos de diminutas respiraciones... Reconstruyendo el sentido del cálido secreto que nos aporta alimento y abandono, asomándome a las olas, Elena de Troya me llama extraviada, no hay sonrisas y el nácar está frío, me atraviesa las puertas de mi vejez porque se desvanece esta arena frente al espejo cada día y el único signo que lucha por reunirse al abismo de los tejados es lo eterno de mi lápida.
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