Prestamos atención al portal de los sentidos, donde buscamos ademanes del espiritu inquieto y mantenemos encendido el tiempo autómata de las expresiones, ríos de tintas, cimas de páginas rescatadas y expuestas a la luz. En la inmediatez del relámpago deseo, es el despiste quien nos susurra que estemos atentos, violentamente atentos a nuestra huella, donde lo bello se aroma y lo temible amenaza el qué hacer, es ahí donde conquistamos el vértice de la quietud absoluta interior que nos desnuda para darnos un nombre, el nombre que sirva para poseernos, para no recaer en el tedio oscuro de la despensa seca, para saciar el antojo del sabor que aun no existe.
El cuerpo como casa. El ser en el espacio.
2011
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